Nos levantamos a las 5:40.
Arrancamos el coche.
Llenamos el tanque de gasolina.
Salimos rumbo al volcán.
Llegamos a la base de la escalera.
Y vimos que no exageraban.
En realidad eran 1033.
Y la vista desde la cima, para variar, maravillosa. De un lado, el cráter del volcán.
Antes de que fuera hora de desayunar, regresamos al hotel para acompañar a la jefa que por razones de soberana enfermedad no nos pudo acompañar. En cuanto llegamos, todos sudados y enterregados, yo me quedé dormido y medio me valió lo que hicieron los demás. Más tarde me enteré de que no hicieron nada. Así que, cuando ya era más tarde y ya me había enterado de que no habían hecho nada en todo el tiempo que yo estuve dormido, me avisaron que ya se iban a dar la vuelta al cráter del volcán previamente subido por algunos de nosotros. Yo me sentía dormido así que no hice nada.
Cuando desperté visité la alberca y me di cuenta de que esa parte del hotel también estaba bien fea, pero tenía una vista que, a pesar de no ser al mar, estaba bastante decente.
Llegó la hora de comer que es bastante más tarde que mis horas habituales de comida, lo que significa que el atardecer estaba en su esplendor cuando llegó la hora de comer. Salí al encuentro de los que no estaban dormidos y en el camino me tocó ver una puesta del sol más de esas que tanto me gustan.
La comida china es grasosa, muy abundante y muy cara, y, para variar, la sirven chinas que no saben hablar otra cosa que no sea chino.
Unas horas más tarde me arrepentiría de haber comido tanto arroz pegajoso.
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